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Posts Tagged ‘Bohemian Knuckle Boogie’

Que día más hermoso, hoy parece otro, tenemos la maleta en nuestro poder y ¡a Dios pongo por testigo que nadie nos la va a volver a quitar!

Hoy toca caminata desde el primer momento, y de las largas. Subimos nuestra calle, Steiner, y nos dirigimos hacia Alamo square, el barrio de los pijitos. Alamo square es una de las estampas más vistas y que más publicidad ha dado a San Francisco. Las casas victorianas con el jardín de la plaza delante y San Francisco detrás, por encima de ellas. Yo recuerdo las casas de una serie que ponían en abierto en Canal+ cuando la cadena empezó a emitir, “Padres forzosos”. Lo malo es que pillamos el día con neblina, que aunque no es tan espesa como en otros días, si que nos fastidia la iluminación, principalmente para hacer fotos, y hace que el fondo se vea neblinoso. A pesar de ello, se está divinamente en el parque viendo las casitas.

Una vez hartos de ver las casas y con el estómago crujiéndonos del hambre que teníamos (habíamos salido sin desayunar, como siempre), bajamos por las calles de este barrio que están más limpias que el jaspe, no se ve ni un papel, ni se oye un solo ruido. Nos dirigimos hacia otra catedral, la ciudad tiene más catedrales que feligreses, la de St. Mary of the Assumption. Pero antes había que desayunar, las tripas hacían más ruido que una jauría de gaviotas luchando por un chusco de pan. Paseando por Japantown nos indican donde hay un Starbucks. Es curioso, pero desde que salimos habríamos andado un kilómetro y pico y no nos habíamos encontrado ni cafeterías, ni ningún otro establecimiento o tienda, el barrio de Western Addition está pelao de comercios, imaginaros la tranquilidad que hay por estas calles, nosotros éramos los únicos que hacíamos ruido, españoles teníamos que ser.

En la puerta del Starbucks había un mercadillo pequeñito, apenas diez o doce puestos. Tras el desayuno, y mientras ellas gurrupeaban de puesto en puesto, nosotros nos sentamos al otro lado de la calle escuchando a un grupo de dinosaurios tocando blues. El grupo se llama “Bohemian Knuckle Boogie” y si alguien tiene interés en escucharles o comprarles un disco pueden meterse en http://www.myspace.com/bohemianknuckleboogie. Los chicos gozamos como conejos en la época de celo. Un concierto callejero para una veintena de personas, en familia. Una gozada.

Escuchamos cuatro o cinco canciones y nos vamos. Cruzamos Japantown, más que un barrio es una zona donde se sitúan varios centros culturales vinculados a los japoneses que viven en la ciudad. Es una zona también bastante desierta, tiene calles anchas y alguna que otra zona peatonal y ajardinada, pero no es normal tanta tranquilidad aunque sea sábado y sean las diez de la mañana.

Llegamos a la Catedral de St. Mary. Es la tercera catedral católica de San Francisco, es moderna, apenas tiene cuarenta años. Tiene un diseño geométrico llamado hiperbólico paraboloide (ahora vas y los cascas), que el mismo arquitecto no tiene que tener ni idea de lo que significa. El caso es que me parece un cono, más o menos redondeado que termina en una cruz gigantesca, si se mira desde arriba, que llega hasta los 63 metros de altura.

El interior es espectacular. De diseño moderno, es la amplitud hecha gracia, es muy grande, bueno, no tan grande como la de Sevilla o París pero muy grande y diáfana. Tiene grandes ventanales que dan a la calle y a la ciudad. La misma cruz que he comentado que se ve desde arriba, resulta ser una vidriera con los colores que simbolizan los cuatros elementos de la creación. Me llama la atención el órgano situado en un pedestal y sin apoyar en la pared.

Mientras miramos, delante del altar hay un pequeño coro ensayando canciones para un concierto que iban a dar unos días más adelante. Como director está el compositor de las canciones, del cual se venden sus CDs en la puerta de la iglesia para todo aquél que los quiera comprar, entre ellos está mi mujer. La música suena muy bien, la acústica de la catedral ayuda mucho, y como es de suponer es música religiosa aunque con el ritmo que tienen suena más a pagana.

Decidimos coger el bus para ir al siguiente punto turístico. Para eso tenemos que bajar a la avenida Van Ness, allí esperamos a que llegue el bus y bajamos dos paradas más adelante. El porqué de esta tontería de viaje es que estábamos ya hasta el moño de andar y todavía nos quedaba más de la mitad del día por hacer, así que si nos ahorrábamos 500 metros de camino, mejor que mejor.

La casa, mejor llamada mansión de los Haas-Lilienthal, es una de las pocas de la zona que sobrevivieron al incendio posterior al terremoto de 1906. Se construyó en 1886, y estuvo ocupada hasta 1970, por orden de William Haas, empresario y posterior director de la Wells Fargo. El nombre de Lillienthal le viene al casarse su hija con Samuel Lillienthal.

Para poder ver la casa se ha de pasar por un callejón lateral, a través de una puerta que hay unos diez metros más adentro, por la que se accede al sótano de la casa y donde está la taquilla y un pequeño espacio en el que se explica la vida de la vivienda y sus ocupantes. Así mismo es la salida de la visita organizada. Allí esperamos a que haya un grupo más numeroso de visitantes.

Una vez iniciada la visita y tras la explicación inicial allí en el sótano, salimos al exterior donde comienza la verdadera historia de la casa. Se hace un poco pesado el relato y siendo en inglés hace que Juanpe casi se duerma y que yo me ponga a cazar moscas. Media hora después pasamos al interior, que es lo bonito, y donde disfrutamos de lo magnífica que es la casa “de clase media-alta”. Prácticamente todo está hecho con maderas nobles, salvo baños y cocina. Visitamos sólo una parte de la casa (son 24 habitaciones y más de 1000 m2 de vivienda), pero se llega a la conclusión que  no me importaría vivir allí, aunque solo sea utilizar una décima parte de la mansión. Una hora y pico después salimos a la calle con la sensación de haber podido ver como vivían los ricachones a principios del siglo XX.

Conforme vamos saliendo de la casa, las chicas nos van dando trompazos por no haber estado atentos a las explicaciones de la guía. Por más excusas que les damos no sirve de nada y nos castigan sin postre esta noche.

Vamos andando hasta una parada y coger el bus que nos lleve al siguiente destino. Cuando llegamos a la parada de Octavia y Jackson vemos una mansión en lo alto.  Mientras viene o no el autobús, subimos a verla de cerca. No es bonita, lo que llegamos a ver, pero es tremenda, solo el edificio tiene que tener unos 60 ó 70 metros de fachada por unos 40 de fondo, dos plantas, y seguramente sótano, con lo que, a ojo de buen cubero, tendrá unos 7500 m2, más el terreno de jardín. Una mansión dentro de la ciudad. Y si encima no quiere o apetece quedarse en su jardín, enfrente tiene el parque Lafayette, para que su perro haga lo que tenga que hacer.

Para ir a Marina hemos de coger dos autobuses, uno lo cogemos en Octavia y cinco calles más allá, en Filmore, pillamos otro que nos lleva más directos. Bajamos sin llegar a Marina para empezar a mirar restaurante por la zona. Un poco más al norte en la esquina de Filmore con Greenwich encontramos donde comer, el East Side West. Comemos fenomenal por unos 15 euros cada uno, con postre incluido, ¡y que postre! Allí en un espacio tranquilo nos estamos un rato hablando y discutiendo sobre lo que sea, entre ello, sobre si la gente de la zona es medio-alta o medio-baja. Para mí que es del segundo tipo, ya que la gente no llega más allá del metro setenta y cinco. En el restaurante vemos como España gana una medalla de oro en piragüismo.

En el otro lado de la calle está la pizzería Orgásmica, si sus pizzas saben como el nombre del sitio tienes que gozar comiéndolas.

El barrio está más animado que del que acabamos de salir. Hay mucha gente joven y al haber más comercios, hay más movimiento.

Salimos del restaurante y nos vamos en dirección a Marina, más en concreto al Palace of Fine Arts. En Chesnut doblamos a la izquierda y nos metemos de lleno en una calle comercial, llena de tiendas. Mira que hay calles en la ciudad que no tienen tiendas, pues no, nosotros tenemos que ir a parar a esta calle abarrotada de locales de perversión y lascivia que sin ningún reparo te llaman para que caigas en sus trampa de derroche.

Pasamos sin caer en la tentación, librándonos del mal y nos acercamos por entre los chalets de la zona residencial que antecede al Palacio de Bellas Artes. Unos días antes de escribir este panfleto me enteré que detrás del palacio se encuentran unas oficinas y estudios de Lucas Film. Que pena no haberlo sabido, para haber pasado y visitarlas.

Y llegamos a uno de los puntos más bonitos de San Francisco. Es una columnata corintia con una gran altura, simulando una ruina clásica, con una rotonda abovedada de 50 metros de altura, situado en un lado de un lago. La pena fue que la cúpula estaba siendo restaurada y la tapaban los andamios, con lo que tampoco podíamos estar dentro. La obra fue hecha para la exposición de 1915. Lo curioso es que fue construida de cartón piedra, por así decirlo, de forma que cuando terminara el cuento se derribara. Pero a los franciscanos les gustó tanto el paraje que impidieron que lo derribaran. Sin embargo, al cabo de un tiempo empezó a resquebrajarse y tuvo que ser derruido y reconstruido, esta vez con acero y hormigón. Yo tuve conocimiento del lugar viendo la película “La roca” cuando Sean Connery se encuentra con su hija debajo de la bóveda.

El lugar es una preciosidad, entramos por uno de sus laterales, aunque en realidad no hay entrada, no tiene vallas. Dejándolo a nuestra izquierda y con el lago entre el palacio y nosotros, paseamos por el jardín, yendo en dirección a la otra esquina. Mientras vamos andando vemos todo el panorama que nos íbamos encontrando, entre ellos, dos modelos con su fotógrafo haciendo poses con el palacio como fondo. De paso yo iba haciendo fotos a todo kiski.

En el lago las gaviotas y patos se pelean de vez en cuando. La gente pasea a sus perros o con sus bicicletas. Nos sentamos en uno de los bancos habilitados para ello y, a parte de descansar, gozamos de las vistas y el momento. Lo malo es que poco a poco ha ido empeorando el día. Ha caído la niebla con lo que ha tapado el sol y el vientecito cada vez es más incómodo y más frío.

Con las chaquetitas puestas seguimos el tranquilo paseo. Sigo haciendo fotos como descosío. Una vez que llegamos al final, continuamos hacia el puente, el Golden Gate. Nos queda una buena caminata por las playas del Área Nacional Recreativa del Golden Gate hasta llegar al puente, pero cuando llegamos a la orilla vemos que la niebla apenas deja ver la puerta dorada. Si no vamos a poder ver el puente, y como empieza a hacer un viento demasiado frío y molesto, dimos media vuelta y volvimos sobre nuestros pasos.

Otra vez estábamos en el Palacio, esta vez lo hicimos pisando el césped, como unos delincuentes, y observamos más las casas que rodeaban al mismo que al propio palacio. Unos 50 metros más adelante vimos a una chica que hacía virguerías con el hoola-hop y cuando nos vamos acercando la chica deja de menearse, para nuestra desilusión (le daría vergüenza). Al pasar justo al lado de ella nos damos cuenta que no es una chica sino que es una mujer de unos ¡40 ó 50 tacos!, más o menos de nuestra edad. Una aficionada al hoola-hop a la que no le importa seguir meneándose con el juguete. Normal que haga esas virguerías con el aro, si ha estado unos 30 años jugando con él.

En una de las calles de alrededor del palacio cogemos una autobús, menos mal que nos libramos de las tiendas, que nos deja en los alrededores del la parada del cable car, en el Fisherman’s Warf. Al suspenderse la visita del puente, este era el momento de hacer el viaje completo en el cable car, desde Fisherman hasta la última parada en Powell.

El bus nos deja a un paso de la parada. Cuando llegamos a la misma nos sorprendemos de la cantidad de gente que hay haciendo cola para subirse al tranvía. Como no hay más remedio que hacer cola nos colocamos en ella a la espera que vaya deprisa. Nuestro gozo en un pozo, esto va más lento que el caballo del malo. Las chicas empiezan a taparse como si fueran moras y llevaran el burka. Hace un aire frío que congela hasta el píloro. Al estar la parada en una zona abierta a la bahía y no tener edificios grandes que nos resguarden, el aire nos da de lleno y fastidia de cojones, ¡uy, perdón!, fastidia cantidad.

Yo, como no puedo estarme quietecito, me marcho a oler los alrededores ya hacer foticos. Justo al lado de la parada está el Victorian Park, donde si hiciera mejor clima seguro que estaría lleno de gente tomando el sol. Detrás del parque y mirando desde la bahía está el edificio de la antigua chocolatería Ghirardelli, y que ahora es un centro comercial. A la derecha, conforme miras a la bahía, se ven algunos de los barcos que tienen expuestos en el Parque Marítimo Histórico Nacional de San Francisco. Se ve claramente un barco que tiene una apariencia parecida al Juan Sebastián Elcano, solo que más oxidado y con colores azulados y granates (como los del Barça).

Cuando vuelvo con mis compañeros de fatigas, apenas habían avanzado medio trayecto en medio hora. Las chicas no sentían lo pies ni las manos, pero Juanpe estaba a punto de la hipotermia. ¡Aayy!, este chico no me aguanta nada.

Aquí, como en la otra punta del trayecto del tranvía se puede ver  como cambia de dirección a los mismos. Lo hacen a mano, más bien a empujones, como antiguamente. Quieren seguir manteniendo esta tradición, a pesar que la tecnología haría que con apretar un botón todo el proceso se haría solo. Es otro servicio turístico de la ciudad, como el concurso entre conductores, o tranvieros, de quien toca mejor la campana.

El cambio de dirección, o de agujas, o como se llame, se realiza de la siguiente manera: una vez ha descendido la gente, se lleva el tranvía hasta una plataforma circular (tendrá su nombre pero yo no se como se llama), allí se bloquean los frenos del tranvía y se sueltan los de la plataforma, se fija un tope hasta el que la plataforma puede llegar, es entonces cuando el conductor, ayudado por un operario empujan de un lado hasta conseguir darle la vuelta al tranvía. Se vuelve a bloquear la plataforma y el conductor sitúa el tranvía fuera de la misma, llevándolo al lugar donde se montarán los pasajeros. Todo muy entretenido.

Durante el rato, una hora más o menos, que estuvimos en la cola hicieron el cambio unos cuatro o cinco tranvías y se nos congelaron tres dedos de los pies, dos narices, se nos cayeron tres orejas y nos salieron sabañones en las manos. Además a Juanpe se le helaron los riñones y, probablemente, tendrá que operarse para sustituirlos por unos que vayan calefactados.

Cuando llegó el momento de montarse en el tranvía, el trío calavera prefirió sentarse y apretarse a la gente para coger un poco de calor. Yo, en cambio, me agarré a una barra del tranvía y fui todo el trayecto sintiendo el aire en la cara e ir medio colgado fuera del tranvía, y notar más la sensación de las cuestas, sobre todo, las de bajada.

Una parada antes del final del trayecto nos bajamos para poder hacer las ¿últimas compras? en Union square. Esta zona sigue igual de sucia y maloliente que siempre. Debe ser que el ayuntamiento no manda a nadie a limpiar estas calles.

Volvemos a comprar la cena en el San Francisco Center y volvemos a coger, que remedio, el bus “turístico” que nos lleva a casa. Allí decidimos como terminar, que pena, nuestra estancia en USA. Vemos las noticias del accidente de Madrid y yo me quedo a ver la final de baloncesto de las olimpiadas. ¡Qué lastima!, si no hubiese sido por los árbitros nos hubiésemos llevado el oro para casita ganándole a la todopoderosa Estados Unidos. Otro año será. A las dos me acuesto con un sabor agridulce.

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